Descripción
En su poemario Donde el infinito parece empezar, Ana Raquel desarrolla una astronomía de la cotidianidad. Explora así la fuerza de gravitación experimentada por el cuerpo, el paso del tiempo en dimensiones cósmicas y sus rupturas moleculares hechas rutina, su propia identidad constituida por polvo estelar y por las normas que arbitrariamente nos impone el sistema que constituye la atmósfera en la que nos encontramos y somos. Al mismo tiempo nos plantea una meteorología de la ausencia y una demografía de los pensamientos gestados a medianoche, producto de un contexto como el guatemalteco, este país a la mitad del olvido.
Para la autora la poesía es un escape, uno que se hace especialmente necesario los domingos y su característica nostalgia. Y es la poesía la que le permite navegar las contradicciones que resultan de haber nacido mujer en un lugar como éste, florecer en contra de todo pronóstico. Humana, en femenino, antes cosmos y pez, pero luego propiedad del humano, en masculino. Los animales, como metáfora de sus emociones, le ayudan a encontrar las palabras para describir la sensación de habitar un cuerpo en el que las destrezas pueden volverse también pesadillas.
Estos poemas expresan una fe secular en los vínculos y los afectos, en la posibilidad de reconciliarse con los demonios e, incluso, en la resurrección. El dolor disminuye cuando es compartido, escribe y a la vez entiende que a veces es necesario hacerse añicos, volverse chayes para liberarse, y, quizás, esta vez, convertirse en ave: todos podemos aprender a volar. De allí la necesidad de mantener dos maletas hechas detrás de la puerta.
En ese lugar donde Ana Raquel escribe, convergen distintas opresiones. No todas le afectan por igual, pero es consciente de la necesidad de notarlas y comenzar a agrietarlas. Y este libro nos recuerda que el pensamiento, como la poesía, no es algo que hacemos, sino algo que nos pasa.
Luisa González-Reiche